Parto de Bea

Mi tercer hijo nació en casa. Acompañado de mucho amor y generosidad.
Mi tercer hijo repitió por tercera vez el patrón de crecimiento en la gestación de mis otros dos
hijos y de mi linaje materno. Niños grandes de más de 4 kilos.
Tuve un embarazo maravilloso, seguí a pies juntillas el proceso que establece la sanidad
pública: ecografías, peso, tensión, prueba de azúcar…todo bien. Y por ser bebé grande, como
mis dos hijos mayores, también prueba larga de azúcar en la semana 37. Ya me sabía el
proceso. Lo bueno es que en los 3 embarazos todo había estado bien. Tengo un cuerpo
agradecido que gesta bebés grandes, nada más. Y por gestar bebés grandes, al llegar a la
semana 40 y no haber parido, la sanidad pública me citó a monitores día sí, día no. Otra vez. No
me importaba, ya me lo sabía por los dos embarazos anteriores. Eso sí, monitores y eco. Este
embarazo sin exploraciones, que ya pasé por una maniobra de Hamilton no consentida cuando
fui primeriza y de la experiencia aprendí. Todo estaba bien en cada visita, monitores, eco y un
bebé grande, como sus hermanos mayores. Como su mamá.
Sin embargo, en 41+2 me crucé con una ginecóloga que se negó a pasar por alto la
exploración. Me dijo que anteriormente me había negado pero que ese día ya no. Con ella no.
“Quítate la ropa y siéntate que te voy a explorar. Te has estado negando, pero hoy yo te voy a
explorar. Y después te quedarás ingresada para hacerte una inducción con oxitocina y
epidural”. “¿Qué?” “Que llevas un bebé grande, mucho líquido amniótico y podría ser un
problema. Este embarazo con un bebé tan grande lo tendríamos que haber terminado en la
semana 38”. De nada sirvió dialogar.
Me sentí atrapada, en una ratonera. Como un mosquito en una tela de araña. Después de esas
palabras tan duras por parte de la ginecóloga, que para mí fueron como una bofetada con la
palma de la mano bien abierta, me quedé con la moral por los suelos. ¿Cómo iba a parir en
esas circunstancias? Para parir se necesita energía y ese día, con un estado de ánimo pésimo
no podía parir. La ginecóloga había hecho de mi parto, su plan de trabajo del día incluso antes
de que yo entrase por la puerta de la consulta. Afortunadamente, mi marido, sugirió salir fuera
para que él y yo hablásemos sobre la inminente inducción y la ginecóloga accedió a darnos
unos minutos. Salimos a la calle y mi marido, aquel que pone palabras a mis silencios y me lee
el corazón, me dijo: “Llama a Laura” “Llama a Laura y vamos a contarle todo lo que nos ha
dicho la ginecóloga hace un momento” Y así fue como entre mi marido y Laura, me rescataron.
Ellos me sacaron de aquella violencia obstétrica verbal. Quedamos con Laura, nos dio datos
basados en la evidencia sobre bebés grandes y gran cantidad de líquido amniótico. Nos dio
datos reales, sin utilizar el miedo para convencernos de nada.
En mi segundo embarazo, hacía 2 años, yo había hecho el taller de las 9 lunas con Laura y otras
mujeres maravillosas. Pero en estos 2 años no habíamos tenido más contacto.
Afortunadamente, Laura es una mujer generosa que acoge con el corazón. En 41+2, cuando
me sentí atrapada y derrotada por esta mala experiencia en el hospital, ella me abrió las
puertas de su casa, hablamos mucho, me dio consejos, me devolvió la confianza en mí misma,
en mi bebé y en mi naturaleza de mujer. Mi marido fue quien me cogió de la mano y me llevó
hasta Laura, fue quien me leyó el corazón y nos condujo por el camino del tiempo y el respeto
hacia la vida. Porque yo sabía parir, y mi bebé sabía nacer. Y así fue, como en la semana 42, mi
baby3 nació en casa. En un parto que comenzó a la 1 de la madrugada, momento en el que
llamé a Laura y con un “Laura, creo que estoy de parto. Tengo miedo de estar sola” ella, con la
voz medio dormida y absoluta calma, me respondió: “Tranquila. Voy a llamar a Ariana y vamos a tu casa”.

Laura y Ariana dejaron a los suyos en su casa, para entregarse generosamente a mí
y a mi bebé. Y así fue como ellas pasaron toda la noche lejos de su familia para atender a la
mía. Y así fue cómo nació mi tercer hijo. Un niño de 4 kg 200 gr, bajo las cataratas del Niágara,
porque efectivamente había muchísimo líquido amniótico y además fue un bebé
perfectamente sano que nació en un parto calmado, intenso, y rodeado del amor de su papá y
su mamá y de la generosidad de una matrona y una doula. ¡Gracias por rescatarme! Gracias
por devolverme la confianza en mí misma. Gracias por hacer que mi bebé naciese rodeado de
bondad.

  • Beatriz –

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