Ruth, Joan y Olivia

Laura y yo nos conocimos con poco tiempo antes de mi fecha prevista para el parto, pero en el momento de conocernos en la primera cita me transmitió toda la seguridad y confianza. Desde el principio del embarazo yo tenía bastante claro que me gustaría un parto natural. Pensé mucho en la posibilidad de hacerlo en casa, pero al no encontrar matrona hasta el último mes previsto para el parto, asimilé que tendría que ir al hospital, así que ya había buscado el Hospital de referencia «Amigo de los niños» más cercano a mi pueblo y realicé un «plan de parto» que entregué en el hospital. Una matrona del Hospital me hizo una visita y me mostró todas las estancias, desde la habitación, hasta la sala de partos y la sala de operaciones, y me explicó el protocolo que seguían. Me gustó bastante y me hice a la idea. Cuando encontré a Laura, estando ya embarazadísima, le expresé mis ideas originales que ella comprendió y anotó. En aquel momento yo sólo le pedía que me acompañara el proceso de parto hasta el último instante para ir al hospital. A lo que Laura me lanzó que porqué descartaba la idea de parir en el hogar. Yo le dije que cuando llegara el momento, ya se vería.  Laura me dio un impulso para volver a pensar en la idea de parir en casa. Y así quedó la cosa.

Llegó el día. Dos días antes de la fecha prevista. Y aunque yo me encontraba un poco removida y con alguna contracción estaba muy tranquila. Pero avisé a Laura. Ya a la madrugada las contracciones eran más frecuentes y molestas y mi pareja volvió a avisar a Laura. Ella le hizo mirar la longitud de la línea púrpura a cuya respuesta tomó la decisión de venir. Cuando llegó, yo aún estaba relativamente tranquila y dormida, hasta que me venía una contracción que hacía que me despertara. Laura vio que aún no comenzaba el proceso pleno de parto así que fue a buscar unas plantas para infusionar que me ayudarían en mi parto. Cuando regresó, ya nos metimos de lleno en el trabajo de parto y yo me dejé llevar y me desinhibí. Laura me hacía caminar y me aguantaba. Ella era mi apoyo. Como un báculo fuerte y robusto, ella soportaba mi peso cuando por las contracciones perdía la fuerza de mis piernas. Yo iba cambiando de posturas para soportar mejor las contracciones y hacía mis «cantos» como mantras. Mi pareja nos soportaba y nos atendía, siguiendo las direcciones de Laura. Estaba atento y nos daba comida, frutas, infusiones, agua. Llegó un determinado momento y Laura nos indicó que había llegado la hora de ir al hospital, si ésta era nuestra decisión. Mi pareja me miró y esperó mi respuesta. Pero no respondí. Supongo que con la mirada le di a entender que deseaba seguir en nuestro hogar. Que estaba bien y tranquila. Que no quería que nada ni nadie rompiera el proceso que había comenzado para que naciera nuestra hija en un lugar cálido, donde se había cargado de tanta energía. A partir de ahí no puedo recordar muchos detalles, yo había entrado en una especie de trance. Llegó un momento que mis piernas estaban tan flojas y me costaba tanto estar de pie que me acompañaron a estirarme en la cama donde mi pareja entró en su fase más activa de mi parto y dejó que me recostara sobre él, dándome su calor y su sujeción y caricias en la fase más dura del parto. La fase del expulsivo. Laura en ningún momento me hizo un tacto. Tuve los cuatro momentos más duros, que fueron las cuatro contracciones que hicieron que naciera mi hija, donde sentí que me partía en dos y como si me quemara entre las piernas. Y entonces comprendí el significado de «el círculo de fuego» que había leído en algún texto sobre el parto natural. De estas cuatro dolorosísimas contracciones, en la primera coronaba la cabecita de la bebé amortiguada aún por la bolsa, en la segunda, rompió la bolsa y coronó aún más la cabeza, en la tercera contracción salió la cabeza y en la cuarta y última contracción nació una hermosa bebé con los ojos totalmente abiertos y sin hacer ni un sutil gemido. Rápida y cuidadosamente Laura me dio a la preciosa recién nacida, me la puso encima de mi vientre sin limpiar y me la acerqué al pecho como ella me dijo y la niña empezó a dar cabezaditas buscando la mama que pudo coger sin ningún problema. Estábamos todos emocionadísimos y muy contentos. Y después de unos momentos Laura ofreció a mi pareja que cortara el cordón umbilical con las tijeras. Y así lo hizo.

Pero aún no había acabado todo. Aún tenía que salir la placenta. Pero no me venía ninguna contracción. Así que Laura pidió que me concentrara y la niña pasó a los brazos de su padre. Pero las contracciones no venían y yo apretaba, empujaba pero la placenta no salía. Finalmente Laura optó por ponerme oxitocina. Unos momentos después, y con un golpe de tos, la placenta se desprendió y salió, para terminar en buen suceso el parto tan exquisito que tuve.

Después me trasladé a otra habitación con la recién nacida para poder limpiar la habitación donde parí. Laura cocinó un exquisito plato energético para todos y lo celebramos. A partir de aquí Laura me dio las instrucciones a seguir: me asesoró sobre la recuperación postparto, la cuarentena y la higiene y cura tanto del ombliguito de la bebé como de un pequeñísimo rasguño en mis labios vaginales, todo mediante métodos naturales y en una semana volvería para hacerme un fajado natural que afirmaría mi zona abdominal y el proceso de recuperación del útero. Me asesoró sobre la lactancia materna y me ayudó a superar una pequeña crisis «donde la subida de la leche» provocó la obstrucción de los conductos mamarios que podría haber desencadenado una mastitis, pero que, gracias a sus consejos, no dió lugar a ello.

Estaré eternamente agradecida por el trabajo que hizo, por la magia que nos hizo vivir y sentir a mi pareja y a mi, por hacer realidad nuestro sueño. Y por hacerme sentir TOTALMENTE MUJER, por dar el apoyo y la confianza de ser capaz de realizar el acto más natural de nuestra condición, que es el hecho de parir.

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