Escribo una carta. Una carta de amor, de amor del bueno.
Le debo un parto (literal y figurado), un embarazo y una crianza empoderada. Le debo las sonrisas de mi hija y su apego, una lactancia fantabulosa y una familia feliz. Feliz desde el estrés, la novedad y el amor más incondicional jamás contado.
Va a leerme y va a decir que no le debo nada, que todo lo hemos hecho nosotrxs, que ella solo ha puesto a nuestra disposición su trabajo. Y tendrá razón. Al poner a nuestra disposición su trabajo, deja a un lado su seguridad, se abre y recibe amor y dolor por igual (aunque la amamos mucho mucho, los golpes son rudos); deja a sus hijxs para atendernos (y lxs quiere, cómo lxs quiere…cómo lxs mira, cómo le brillan los ojos cuando habla de ellxs, cómo le cambia la voz cuando cuenta su preocupación).
Su trabajo, con los grupos de madres (las amo y necesito por igual) que teje a nuestro alrededor sin que nos demos cuenta y después, ella se va silenciosa y aquí no ha pasado nada; con sus vivencias y relatos sobre su maternidad, sus problemas y sus descubrimientos, desde una humildad que te deja alucinada (como cuando eres niñx y ves a la maestra en el súper sin la bata) porque descubrió hace poco la razón de ser de esos dobles en el cuello de los bodies para bebés…
Su trabajo, cuando viene a tu casa desafiando una estructura, se encuentra a toda una comunidad de colegas y no colegas que cuestionan su labor, sólo porque es tu deseo que el respeto sea una máxima y no un «a lo mejor». Se expone a demandas, a espaldas demasiado vueltas alrededor, lucha por cada una de nosotras. Lucha con cada una de nosotras. Nosotras a cambio, en los momentos más intensos de nuestra vida, cuando somos diosas poderosas y a la vez tan manejables y propensas a que nos hieran, le abrimos la puerta para que nos dé la mano, nos dé instrucciones o nos ayude con nuestras necesidades y acepte nuestras instrucciones. Nos trae además, un par de manos extras (grandiosa Ariana) que te cuidan con un cariño más grande que los batidos que prepara (OMG). Dicen por ahí que, además, canta estupendo. Igual un día le doy tiempo.
Ella, que ardió en la hoguera (cómo me gustan estas mujeres brujas) de los pasados vuelve cual fénix para recordarnos que nosotras tenemos todo lo que necesitamos.
Nuestras parejas vienen a decir que tenemos «lauritis», un amor incondicional y ceguera emocional hacia su persona. En el fondo, ellos la quieren tanto como nosotras.
Dicen todas las personas cercanas que la han conocido personal y profesionalmente que es un cielo, que qué bien cruzarse en su camino. Y es que ella no es matrona, que también. Ella es PARTERA. Y con nosotras al fin. Y eso amigxs, hoy en día, supone salir de lo seguro y exponerse por y para nosotras. Cuando esto deje de ser así y hacer lo que queremos sea un «normal» en vez de un «cómo se le va la pinza», habremos ganado. Mientras, cabalgaremos. Y cabalgar al lado de mujeres así es top. Muy top. Y yo, que soy muy egoísta, no quiero que desmonte. Quiero que siga haciéndole feliz hacer lo que hace, quiero que la balanza se vuelque hacia nuestro lado. Que le compense. Porque si se baja del caballo vamos a tener que pasar un duelo. Porque habrán ganado. Porque no se lo merece. No se lo merecen. No nos lo merecemos. Así que desde el suelo si hace falta, la volveremos a montar en la silla. Es su sitio.