Parto Sahún

Todo comenzó el sábado 12 de septiembre. Habíamos bromeado mucho en la familia con esa fecha, pues  era el cumpleaños de mi hermana, y curiosamente ese día se desencadenó todo. Tras una copiosa comida  de celebración, decidí darme un baño relajante en casa de mis padres y parece que esa relajación fue  clave para arrancar los procesos previos de preparación para el gran momento.  

Esa misma noche comencé a sentir los primeros pródromos o contracciones pre-parto. El tapón mucoso se  desprendió, acompañado de pérdidas de líquido amniótico. Esos pródromos fueron el entrenamiento que  había estado esperando. Los recibí con muchas ganas. Sentí que estaba preparada y me invadían las ganas  de vivir, ya por fin, después de esos largos 9 meses, el gran momento y también el gran reto. Mi hijo  también estaba listo. 

Me instalé en el salón de casa. El sofá, los cojines, la barandilla del balcón, el lavabo… todo fueron  recursos de gran ayuda. La soledad era mi fiel amiga, me permitía ir viviendo el principio del camino con  total conciencia, saboreando cada paso. Todavía no necesitaba a nadie. 

De la noche del sábado a la noche del martes tuve tiempo de respirar, sentirme por dentro en la quietud de  la noche, conectarme con mi pequeño bebe y comenzar a empoderarme. La confianza en mí era plena, todo  iba a salir bien, lo sabía con certeza. Mi pequeñín me mandaba claras señales de su inminente llegada,  ¡que emoción! Los pródromos en las noches se alargaban día tras día, prolongándose hasta el mediodía del  miércoles. Cada vez estábamos más cerca del otro lado de la piel. 

La noche del miércoles nos trasladamos a casa de mi amiga, donde deseábamos recibir a Sahún. Nos  instalamos y ya era tarde, la 1 de la mañana. Mi amiga nos dio las buenas noches y marchó a dormir. Mi  mente estaba abierta, ya era el momento, el parto activo comenzó a desencadenarse.  

Ahora sí necesitaba compañía, masajes, apoyos, agua, cojines, asistencia, amor… Javi (mi pareja) comenzó acompañándome con agradables presiones y masajes en pelvis y sacro. La dilatación había dado comienzo  y a las 4am las contracciones ya eran tan fuertes que decidimos llamar a Laura y también a mi amiga  Fátima, que haría de Doula. En pocos minutos aparecieron. Ni Laura ni yo queríamos hacer ningún tacto  pues la bolsa estaba rota o fisurada y corríamos riesgo de infección, así que ella evaluó la situación en  función de la duración y frecuencia de mis contracciones. Eran cortas e irregulares por lo que  sospechamos que quedaba mucho camino por delante y había que ahorrar fuerzas. Lo mejor era dormir el  máximo de horas para poder superar la maratón que me esperaba. 

En ese momento tanto Laura como Javi y Fátima se retiraron dejándome de nuevo en soledad. En este caso, la soledad se me hizo incómoda y dura. Sentía que no podía dormir y que el dolor era ya muy fuerte  así que comencé a ponerme muy nerviosa. Sentí el miedo recorriendo mis piernas, temblaban tanto que al  principio me era imposible detener ese desagradable movimiento. Quizás estaba soltando ahí todo el miedo  y condicionamientos que me impedirían recorrer el camino por completo.  

Tras un tiempo de dura lucha interna me planté, decidí que así no podía seguir, tenía que ganar la batalla al  miedo y recuperar ese empoderamiento que había dejado atrás. Yo era capaz de parir igual que todas las  mujeres, de dar a luz a mi hijo; mi cuerpo podía, era mi mente la que debía retirarse y permitir que todo  sucediera.  

Decidí darme una ducha relajante para poner punto y final a esa situación y comenzar una nueva. Apenas  podía tenerme de pie en la ducha debido a los temblores. Sin embargo, al regresar a la habitación todo  cambió. Adopté una postura de yoga que había grabado durante años en mi cuerpo muchas experiencias de  relajación profunda, savasana. Comencé a centrar mi mente. Utilicé dos mantras que me impulsaban y me 

llenaban de confianza. Manejé la respiración con un pranayama largo que acompañaba cada ola de  contracción.  

Perdí la noción del tiempo. Me desconecté del mundo. Mis viejas amigas, las herramientas “yoguis”, me  salvaron una vez más, llevándome a un estado meditativo de relajación profunda en el que permanecí  inmóvil durante horas, sin apenas sentir dolor. Sentía una paz inmensa a la que me aferré. Permanecí  inmóvil, en savasana, curiosamente cuando una de las mejores formas de gestionar y acompañar el dolor  yo bien sabía que era el movimiento. Guardé fuerzas. Me entregué. Mi mente se retiró, el camino se abría. 

A las 9am no pude más, me levanté y decidí darme una segunda ducha relajante. Al terminarla, Laura  apareció en el baño y me preguntó qué tal me sentía. Intercambiamos unas palabras mientras las  contracciones me daban una pequeña tregua. Pronto se reactivaron. Laura se volcó. Sus masajes sacrales  fueron maravillosos. Sentí todo su apoyo, me sentí segura de nuevo y con ganas de seguir. Fátima  apareció, tomó mi cabeza, secó mi frente una y otra vez, calmó mi sed… Sentí el apoyo de Javi, también  estaba ahí y se encargó de grabar todo para poder disfrutar de esos momentos más tarde. La dilatación  llegó a su fin y pronto dio paso a la última parte del camino, el expulsivo. 

El expulsivo se prolongó durante horas. La sensación de dolor era intensa y continua. No había tregua. Al  principio sentía mucha fuerza, empujaba con todo mí ser y cuando no podía más, empujaba un poco más,  echando el resto. Comencé de pie, pronto pasé a arrodillarme frente a la bañera. Parecía que no  avanzábamos en estas posiciones. Decidimos cambiar. Javi se sentó en el WC, pusimos delante una silla de  partos y me senté recostándome sobre él. Apoyé mis pies sobre las rodillas de Laura y Fátima. Javi me  daba una de sus manos para hacer fuerza y con la otra me abanicaba. Tenía la sensación de empujar con  más fuerza así.  

Era difícil de llevar, la respiración se descontrolaba. Solo podía estar en mí, acompañándome en ese  intenso dolor. Los tiempos de recuperación entre pujos se alargaban debido a mi agotamiento. Sentía que  no tenía fuerzas. Percibía como la pequeña cabecita de mi bebé avanzaba y retrocedía con cada pujo. Grité:  ¡No puedoooooooo!, mientras seguía empujando. Sentía arder la zona de mi vulva y creía que todo se iba a  romper en mil pedazos ahí abajo. Mi cuerpo ya no podía más. Ya no sentía pujos. Tenía que acabar ese  camino, había que llegar al final sí o sí. Tuve que hacer los últimos pujos sin el impulso de mi cuerpo,  reuniendo fuerzas tras profundas respiraciones. Y al fin llegó el infinito momento, mi bebé asomó su  cabeza. Fue impresionante escuchar su llanto cuando todavía tenía solo medio cuerpecito fuera.  

Sentía que lo había logrado, quise reír, llorar, verlo, saludarlo, amarlo y me entregué al llanto junto a él  mientras lo sostenía entre mis brazos. No podía creerlo. El milagro había sucedido. La naturaleza es un  milagro; pura manifestación divina y eso somos.

Gracias a la vida y a tod@s l@s que hicisteis posible junto a mí el gran milagro.

Blanca Shakti

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